Hoy hace 10 días estaba manifestándome junto con unos miles de personas más contra la clase política dominante y a favor de una democracia real. Han sido unos días muy intensos, con desalojos por la fuerza, acampadas espontáneas en decenas de ciudades y unas elecciones por el medio que han constado de nuevo que nada ha cambiado. A día de hoy se escuchan muchas voces críticas, algunas incluso piden la retirada (digna) de las acampadas, otras simplemente una reflexión acerca de lo sucedido.
Desde mi modesto punto de vista, considero que la euforia mediática con que se acogió el movimiento fue totalmente negativa. Los medios, inicialmente reacios a publicar ninguna información del 15M, terminaron sucumbiendo ante los miles de ciudadanos que se echaron a dormir en las plazas, hasta tal punto que eclipsaron la campaña electoral y la «Spanish Revolution» llegó a las portadas de los principales diarios extranjeros.
Sin embargo, la nube mediática se esfumó y las elecciones demostraron que el 15M no influyó en la intención de voto de la gente. Para superarlo, no ha ayudado mucho la confrontación entre quienes quieren 3 puntos básicos (consenso de mínimos) y quienes consideran que esto es una revolución pacífica del pueblo que debe subvertir el orden establecido.
Si soy sincero, ya me gustaría que esto fuera una revolución… pero no lo es. No lo es porque ninguna, absolutamente ninguna revolución arranca sin un programa claro y unas personas fuertemente decididas a cambiarlo todo de raíz. Como dijo Stéphane Hessel, la falta de un liderato claro (bien sea a través de una persona o de una organización establecida), así como de un programa de acción, puede pasar factura al movimiento. Por otra parte, una revolución, y lo siento por los pacifistas, tiene un componente inevitable de violencia. Nunca nadie que se encuentre ostentando el poder lo entregará sin más.
El desafortunado nombre «Spanish Revolution» ha dado alas a la imaginación de más de uno que ya se veía proclamando la tercera república desde la Puerta del Sol. Sería genial poder echar al campechano que vive a nuestra costa, conseguir una banca pública o acabar con las SICAV, pero seamos realistas: el rey manda sobre un ejército, los banqueros controlan el poder político y los ricos tienen libertad total de movimientos. Siendo realistas, ¿se podría cambiar ese orden de las cosas? Por supuesto, si el apoyo fuera casi total, sin fisuras, de toda la ciudadanía. Pero no lo es.
Volviendo a los orígenes, al descontento generalizado que se plasmó en el 15M y las posteriores acampadas, pienso que nuestras fuerzas deberían concentrarse en cambiar aquello que el 90% de la población está de acuerdo que ha de cambiar, buscando para ello el consenso. Ser fiel al grito de «democracia real ya» también es eso. Democracia es que un pueblo decida su futuro con libertad y sin intermediarios, aunque se equivoque. No podemos pedir democracia y acto seguido imponer en la misma hoja de ruta elementos tan dispares como que se cree un sistema de transporte público barato y ecológico o que se eliminen las listas de espera. Pienso yo, que debe ser el conjunto de los ciudadanos quien decida si quiere o no cada una de las políticas que no afecten a libertades individuales. Eso es la democracia y eso es lo que en origen se pedía: articular los mecanismos para que el pueblo decida y mande sobre los políticos profesionales y no al revés.
Por ello, porque el espíritu y la actitud del 15M debe tener continuidad, ya que se está pidiendo un cambio necesario, debemos rebajar todos el grado de exigencia y olvidarnos de «hacer la revolución». Conformémonos, por ahora, con regenerar el sistema parlamentario y a la clase política. Bien pensado, eso sería toda una revolución.
7 respuestas a «No es una revolución»