Viernes 12 de agosto. Zona naturista de la playa de los Genoveses, Cabo de Gata, Almería. Serían las 11 de la mañana. habíamos llegado una hora antes y tras un primer baño estábamos descansando tranquilamente en la arena. De pronto un murmullo, voces. Parecía que venía bastante gente y parecía que hablaban italiano. En efecto, me giré y comprobé que era un grupo de unos 50 jóvenes que seguían en desordenada formación una gran bandera italiana encastada en un palo de escoba en el que también iba una bandera de Ferrari. No había duda, eran italianos. «Mierda, ya han descubierto los italianos este paraíso» pensé.
Antes de que me diera tiempo a ignorar al grupo apareció otro grupo mucho más numeroso, compuesto por otras ciento y pico personas también en desordenada formación. Esto sí que era sorprendente, ya que en la zona nudista de la playa raramente se congregan más de 50 almas. He de decir que me llamó la atención un subgrupo de cuatro o cinco chicos y chicas negras que portaban una bandera de Angola y distinguí también algunas voces que hablaban en perfecto español. Un grupo heterogéneo. Además, algunos de los miembros más fuertes del grupo cargaban pesadas cajas que parecían neveras y material para montar un picnic, que luego descubrimos que había sido transportado hasta allí en un todoterreno de la Junta de Andalucía, ya que los vehículos particulares tienen prohibido acercarse hasta aquél lugar debido a la calificación de Parque Natural. Recuerdo que pensé «vaya, encima nos montarán aquí una fiesta». Ya me disponía a girarme y a continuar con la lectura de mi libro («La conjura de los necios», un título realmente clarividente) pero mi compañera me alertó: «¡pero si son los de la visita del Papa!». En efecto, prácticamente todos los miembros de la inusitada procesión, en un lugar u otro llevaban su pañuelito rojo identificativo de su adhesión a las JMJ.
Al parecer, estos chicos y chicas en vez de elegir el paquete turístico que se ceñía estrictamente a la visita de su jefe espiritual a Madrid, habían decidido elegir el paquete completo, con visita a las mejores playas del estado. En esos trances estaba nuestra conversación cuando un pitido largo y seco volvió a centrar nuestra atención sobre el grupo. No me había fijado, pero entre los jóvenes, había parejas de no-tan-jóvenes que dirigían el grupo cual rebaño. A decir verdad, me recordó bastante a los guías turísticos de los viajes organizados. Uno de esos guías, de unos 35 años, ordenó al grupo acampar allí, en mitad de la playa nudista, entre una quincena de personas desnudas.
En un momento el grupo se reunió, montó un par de mesas y sacó de las cajas algunas bebidas. Los jefes de ese grupo permitieron a los chicos quitarse la ropa y quedarse en bañador o bikini para poder meterse en el mar o pasear por la orilla. Los chicos usaban todos la típica bermuda hasta las rodillas y las chichas en su mayoría eran partidarias del bañador de una pieza, aunque muchas (más de lo que me hubiera imaginado) llevaban también bikinis de dos piezas con, digamos, poca tela.
Tras el alborozo inicial (y la sorpresa, todo hay que decirlo), todos los usuarios de la playa volvieron a lo suyo. Sí que es cierto que algunos nudistas se pusieron el bañador, no se si por un mal entendido respeto o porque la playa había dejado de ser cómoda para el nudismo al estar tomada por los turistas religiosos. Sea como fuere, el número de nudistas disminuyó y los que resistimos tuvimos la oportunidad de comprobar el curioso comportamiento de estos jóvenes moralistas. Se dieron situaciones realmente curiosas, aparte de soportar miradas y fotos desde la lejanía, esto último especialmente de un miembro del grupo que ni se molestó en ponerse el bañador y se dedicó todo el tiempo a tomar fotos de la playa y sus habitantes. Por ejemplo, para ir hasta la orilla del mar teníamos que pasar entre miembros desperdigados del grupo de cristianos; eso implicaba risitas nerviosas entre los grupitos que se encontraban tirados en la arena, miradas furtivas y hasta algún «¡guau!» que se le escapó a alguno. Luego, en el mar, era curioso el fenómeno de repulsión que ocasionábamos: era acercarnos a menos de 10 metros de los bañistas (que se bañaban agrupados) y la masa se movía en dirección contraria a nosotros. ¡Hasta ideamos un plan para enviarlos mar adentro! pero finalmente no lo pusimos en práctica. Sin embargo, lo más curioso era ver las reacciones de algunos elementos cuando paseábamos por la orilla del mar en sentido contrario a ellos. Desde lejos miraban directamente a los genitales, conforme nos acercábamos disimulaban, pero sin dejar de mirar y, finalmente, cuando quedaba un par de metros para el encuentro ponían cara de asco y giraban la cara. Eso sí, sistemáticamente, la mirona o el mirón, tras rebasarnos, giraba la cabeza para seguir viendo algo. El caso más extremo fue el de uno de los chicos presuntamente angoleños que hasta llegó a seguirnos en nuestro paseo por la playa (y son casi 2 kilómetros de paseo!). También es justo decir que esta actitud no era generalizada, aunque sí que era compartida por la mayoría del grupo.
Después de comer, cuando ya casi nos habíamos acostumbrado a su presencia, a sus miradas y fotos, el líder del grupo hizo sonar su silbato y en diez minutos todos estaban fuera del agua y desfilaban en dirección a sus autobuses. Después de este encuentro empiezo a entender para qué necesitan 200 confesionarios, aunque sugeriría que, para evitar males mayores, se entregaran preservativos entre sus usuarios.
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