Cuenta la leyenda, que en el siglo IX, una señora de nombre Juana, haciéndose pasar por un hombre, accedió al máximo escalafón de la fe católica: el papado. Al descubrirse tal atrocidad y tras la preceptiva lapidación popular, la iglesia no tuvo más remedio que ingeniar un sistema para asegurarse que el Papa era del género elegido. La sedia stercoraria era una silla con un agujero en medio dónde el papable debía colocar sus genitales y un joven discípulo, introduciendo sus suaves manos por la parte de atrás de la misma, los palparía y sentenciaría: «Dous habet et bene pendentes».Si el papable tenía dos y le colgaban bien el resto del cónclave gritaría «Deo gratias» («a dios gracias») y podrían dar comienzo las ceremonias de proclamación del nuevo líder del catolicismo.
Leyenda o no, la realidad es que la sedia stercoraria ya no se utiliza. Si existió una Papisa Juana (que se cambió el nombre a Benedicto III) o si se utilizó una silla para tocarle los huevos a los papas es algo que corresponde investigar a los historiadores. Pero me gustaría pensar que sí existió, que hubo un tiempo en el que sí que se valoraba que un Papa tuviera un par de cojones además de que fuera un hombre. Por supuesto no hablo en el sentido literal, igual que seguro que no lo hacía la iglesia, tan habituada a hablarnos con parábolas y metáforas. Es bien seguro que la sedia stercoraria era un símbolo que el nuevo Papa debería entender como una advertencia: vas a necesitar un par de huevos.
Con Benedicto XVI está claro que la sillita no se usó. Quizás los cardenales electores debieron percatarse de la falta de atributos que presentaba Ratzinger al escucharle esa vocecita chillona o quizás mejor deberían haber escuchado a quienes denunciaban su, cuanto menos, tolerancia con el nazismo. La constatación final de la falta de cojones de Benedicto XVI (sucesor, no lo olvidemos, de Benedicto III) ha sido dejar a medias su papado sin resolver los graves problemas que aquejan a su organización, especialmente el asunto de los pedófilos y los vatileaks.
Mucho me temo que Francisco I adolece del mismo problema. Pero entonces la pregunta es: ¿qué ha pasado con la sedia stercoraria? ¿La han vendido? ¿Se la han robado? Desde luego, a España que no vengan a buscarla, pues aquí tenemos a Rajoy que ya ha demostrado los cojones que tiene. Igual tienen más suerte en Alemania, que allí Merkel parece que sí que tiene firmes a los suyos.
Considero urgente que los camarlengos se pongan de inmediato a buscar la silla robada para tratar de recuperar la valentía perdida por los últimos papas a fin de que el espíritu santo les guíe en la elección del próximo sumo pontífice. Si así lo hicieran empezaría a creer… empezaría a creer en la leyenda de Nostradamus que habla del advenimiento del Papa Negro que, siguiendo con las parábolas, arrasaría con el mundo tal y como lo conocemos para limpiarlo de parásitos e inmundicia. Podría ser, pues, siguiendo mi interpretación libre de la parábola del profeta, el final de la propia iglesia católica, reventándola desde dentro, por parte del mismísimo Papa.
Sin embargo, va a ser que no es así y que la elección del sudamericano Paco Uno responde a la misma lógica que la elección del polaco Wojtyla: buscar un pastor que conduzca a su rebaño fuera de los pastos del socialismo. Así, no cambiará nada en la iglesia: la falta de cojones para solucionar sus problemas se suplen con la elección de un ultraderechista que a falta de un muro de Berlín que derribar, se fije como objetivo terminar con el «Socialismo del siglo XXI» que se extiende por su continente. ¿Qué mejor que un Papa supuestamente progresista para desmontar todo el progreso conseguido? ¿No es acaso la táctica que ha seguido la socialdemocracia históricamente?
1 respuesta a «Tiene dos y cuelgan bien»